jueves, 5 de abril de 2018

Otra vez Irena Montera

Como sabemos hace mucho tiempo, Podemos, va en caída libre, de derrota en derrota hasta el sopapo final, y ya no sabe qué hacer para llamar la atención. Para que las cosas vuelvan a ser lo que eran cuando casi todos los medios hacían ji-ji-ja-ja a estos izquierdistas o lo que sean ideológicamente, que cobran de la dictadura venezolana, que mata a sus conciudadanos en las calles y de esa teocracia iraní que lleva a cabo prácticas tan poco progresistas como ahorcar a los homosexuales, lapidar adúlteras y tratar a las mujeres peor que a los perros y a las perras (que ya es decir por aquellas latitudes). La suerte de Podemos es directamente proporcional a las neuras de Pablo Iglesias. Teniendo en cuenta que cada vez está más obsesionado con todo y con todos, que no se fía de nadie, que padece una suerte de manía persecutoria, no es de extrañar que vayan de nalgas, cuesta abajo y sin frenos. Pero hete aquí que Irene Montero (o según ella Irena Montera) rescató esta semana de su patética chistera un término que ya había pronunciado la primavera pasada, Portavoces… y portavozas. Lo que sucede es que entonces aún estaban bendecidos por la opinión publicada, consecuentemente por la dócil opinión pública, y ahora no, ya que viendo de qué lado masca la iguana y de lo que van y peor aún de lo que apoyan, parte de la opinión pública les está dando de lao sin mucho disimulo. El eco de semejante imbecilidad ha sido tal que las carcajadas aún se escuchan de un lado a otro del mapamundi, en Los Ángeles, Sídney, Ciudad del Cabo, Reikiavik y así hasta el infinito y mucho más. Pero prodigiosa también es la capacidad que atesora Podemos para trincar (sobre todo dinero público y no tan público) sin que les pase nada, para insultar y que todos miren hacia otro lado o les rían las gracias y últimamente para hacer el ridículo más espantoso. No sé cuántas veces habré leído y oído por ahí que la ciudadanía puede llegar a perdonar la corrupción a un político por esas razones del corazón que la razón desconoce, por esos sentimientos que han resucitado peligrosamente un populismo que se nos antojaba enterrado en el baúl de los recuerdos. Las más de las veces, el carisma es el pasaporte infalible a la impunidad y la inmunidad. Ahí tienen los ERE andaluces que no han tumbado al PSOE, la Gürtel valenciana que inicialmente no pesó en las urnas o ese felipismo que tardó en caer más de lo que tocaría en una democracia occidental porque Felipe era un encantador de serpientes al que se le perdonaba todo. Hasta la mala gestión puede salir gratis si el político, politiquillo o politicastro exhibe una flor en el trasero, si los astros se confabularon a su favor o si goza de esa baraka que es como en Marruecos se denomina a lo que más acá del Estrecho conocemos como suerte. Lo que normalmente nunca perdona el ciudadano español que tenga un poco de criterio acerca de lo que pasa en esta España de pandereta, es el político/a ridículo/a, el payasete/a o el gafe/a. Estas tres subespecies están sentenciadas en el mismo momento en el que la ciudadanía les cuelga el sambenito de chorizos y mangantes. Por eso yo no perdono, ya que todos/as están de mierda/o hasta las trancas. Por eso, déjame que te cuente.

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